Pero, ¿qué es lo que impide relacionarnos con nuestros hijos e hijas desde esta armonía y resonancia interna? Quizá es nuestro hemisferio izquierdo quién, con su lógica y su linealidad, nos gobierna en ese momento de estrés fijando nuestra atención en los hechos, la conducta, las consecuencias y las soluciones, impidiéndonos conectar emocionalmente con nuestro hijo/a, verlo y sintonizar con lo que puede estar demandando en ese momento. O bien, quizá se trata de nuestro hemisferio derecho quién, con su intuición y su emotividad, nos secuestra e inunda generando un caos de sensaciones y estados emocionales que se entremezclan y se confunden, impidiéndonos llegar a ver sus necesidades.
¡Así es! ¡Navegamos desde la rigidez, o bien, desde el desbordamiento en función del predominio de nuestro lado izquierdo o derecho del cerebro! Pero ¿cómo darnos cuenta? Piensa en una situación concreta y reciente donde tu hijo o hija haya estado muy alterado y pasándolo mal, inmersos en una rabieta, con actitud desafiante, gritando, tirando cosas, o bien, llorando desconsoladamente, con una postura corporal rígida, inmóvil, sin querer hablarnos ni mirarnos o diciéndonos lo mal padres que somos. Ahora conectemos hacia dentro un segundo. Focalízate en tu vivencia de la situación anterior, en tus respuestas a estas señales de tu hijo o hija más que en su conducta. Toma conciencia de las sensaciones corporales, emociones o cogniciones que aparecen en el ahora al conectar con esa experiencia tan intensa y desagradable con nuestros hijos. No juzgues tu respuesta. Obsérvala. Estúdiala.
¿A qué lado del cerebro sueles recurrir más para poder centrarte en atenderle y poner fin a estas reacciones que pueden parecer, desde la no-integración del cerebro, irracionales o exageradas?
Necesitamos darnos cuenta de nuestros patrones y de cuál es el hemisferio que nos domina más para así construir un puente horizontal y recuperar e integrar la información faltante del otro cerebro. Solo de esta forma podremos llegar a ver y comprender la realidad de la situación de tu hijo o hija y ofrecer respuestas congruentes y sensibles a sus necesidades mientras promoveremos, a la vez, relaciones seguras y cerebros plenos, armónicos y resilientes en ellos y ellas. Entonces, ¿cómo podemos colocarnos y movernos nosotros mismos como padres desde este estado de integración cuando el cerebro de nuestro hijo/a se encuentra en la no-integración?
En primer lugar, es necesario PARARNOS y OBSERVAR nuestras propias sensaciones corporales. Tomarnos un tiempo para notar qué es aquello que nos está sucediendo a nivel interno, qué se nos está activando en ese momento de mucho estrés con ellos y cuál es nuestra propia energía emocional. Necesitamos ralentizar para mantenernos en nuestro sistema de conexión y procesar todas las sensaciones, emociones y pensamientos activados en ese desafío presente. Esta toma de consciencia de lo nuestro aumentará nuestra capacidad para ocuparnos por completo a ellos. Trabajar en nuestra propia regulación emocional nos hará estar más disponibles para captar lo que siente y más accesibles para atender a sus necesidades.
En segundo lugar, debemos hacerle llegar que LE VEMOS y LE SENTIMOS. ¿De qué manera? Conectando. Nuestro cerebro derecho es bueno en percibir emociones y rastrear información no verbal y en sintonizar con los estados de los demás. Debemos conectar con este lado derecho para construir ese contexto emocional y corporal a su vivencia donde el mensaje que queremos transmitirle calma y el niño/a se sienta sentido, resonado, visto. Eso requiere sintonizar desde un tono de voz cálido, reconociendo y poniendo nombre a sus emociones sin juzgarlas, ofrecerle contacto físico afectuoso, ponernos a su altura y contactar visualmente con ellos, mostrar empatía con nuestras expresiones faciales, etc. Necesitamos ofrecerles ese espejo corporal y emocional para que puedan sentirse acogidos y validados en su vivencia y ayudar a su cerebro en desarrollo a volver a un estado de integración y calma.
En tercer lugar, si el paso anterior se ha hecho desde la autenticidad, su cerebro ya estará preparado para acceder a la lógica del lado izquierdo y aceptar los límites de la conducta. Es el momento de la DISCIPLINA, de abordar la situación desde el razonamiento y de co-construir una narrativa sobre cómo puede actuar en esa situación y en futuras ahora que su cerebro está en un estado más calmado. Solo será en este momento cuando su cerebro estará listo para escuchar las sugerencias, ya que no se vivirán desde la no validación, y, por tanto, cuando irá aprendiendo a regularse desde esta experiencia integradora.
Para finalizar, hace falta darnos cuenta de cuáles son nuestras señales no verbales ya que serán decisivas para que la conexión se sienta real y congruente y para llegar a ver su necesidad. Es importante tener siempre en mente que los niños y las niñas son muy sensibles y hábiles en captar los estados emocionales de los adultos y la información no verbal. Las funciones de su cerebro derecho están más latentes y maduras que las de su cerebro izquierdo. Por esta razón, queremos enfatizar la importancia de los dos primeros pasos para conseguir que la conexión se sienta sentida y su cerebro se reintegre con éxito. Dependiendo de lo que transmitimos con nuestro lenguaje no verbal en esa situación de desbordamiento la conexión se amplificará o se perderá trayendo más caos o más rigidez.
Permitirnos mirarnos, desde un sentido constructivo y sin juzgarnos, es un primer desafío a nuestros patrones ya que los hacemos más conscientes y, por lo tanto, más disponibles y accesibles para el cambio. Realizar pequeños cambios en nuestras respuestas puede tener un gran efecto en la reacción de nuestros hijos. Pensemos en una vivencia tuya reciente en la que te hayas alterado, haya surgido una dificultad o un conflicto intenso y necesites recurrir a alguien que te importa para recuperar esa seguridad y esa calma que parece no sentirse en el presente. Ese arraigo. Imagina que esa persona importante te dice que no debes sentirlo así, que debes minimizarlo, no darle tanta importancia. O bien te distrae con otro tema y no acoge el tuyo, o ni tan solo puede sostener tu disgusto, verlo. O bien te lleva la contraria, te confronta, te juzga. ¿Cómo recoge tu cuerpo estas respuestas? ¿Cómo se sienten dentro? ¿Qué pensamientos aparecen? ¿Cómo es vista esta relación a raíz de esta experiencia sentida? ¿De qué manera condiciona esta vivencia con esta persona importante tu futura manera de comportarte? Tomamos nota de estas sensaciones. Ahora imagina que a quién recurres, esa persona importante para ti ve y acoge tu necesidad, te escucha y te valida. Sintoniza con tu estado sin desbordarse ni decirte lo que debes hacer. Te brinda conexión, un contexto donde poder conectar con tu vivencia. Con tu realidad. Quizá no se resuelve el problema, pero ¿cómo recoge tu cuerpo estas respuestas? ¿Cómo se sienten dentro? ¿Qué pensamientos aparecen?
¿Cómo es vista esta relación a raíz de esta experiencia sentida? ¿De qué manera condiciona esta vivencia con esta persona importante tu futura manera de comportarte? Tomamos nota de estas sensaciones.
¿Con qué respuesta te has sentido más visto/a? ¿Con qué vivencia te has sentido en mayor conexión con esa persona importante?
Bibliografía
- Bilbao, Á. (2015). El cerebro del niño explicado a padres. Barcelona: Plataforma Editorial.
- Siegel, D.J. i Payne, T. (2012). El Cerebro del Niño. 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en el desarrollo de su hijo. Madrid: Alba Editorial.
Marta Ferrer, psicóloga del Instituto Carl Rogers